Durante mi caminata diaria me topé con este vehículo en plena crisis de identidad. Es un Ford Crown Victoria Police Interceptor, una versión del Crown Victoria que Ford diseñó especialmente para la policía y que se dejó de usar hace muchos años, pero quedó en la memoria colectiva como “EL” patrullero.
Lo de crisis de identidad viene a cuento porque la mitad trasera está pintada de amarillo como un taxi. La otra mitad tiene los colores de la policía de Plano, la ciudad donde vivo. Una leyenda dice Choose your ride, algo así como “Elegí cómo volver a tu casa”. El mensaje es claro: si tomaste alcohol, tomate un taxi. Si viajás en nuestro auto, estás en problemas.
El lugar no fue elegido al azar. El auto está en una zona donde hay bares y restaurantes y funciona como una advertencia: manejar alcoholizado no solo es peligroso, también es delito. Aunque yo creo que el que quiere tomar y manejar, lo va a hacer. El Departamento de Policía de Plano usa este auto desde 2012 para tratar de prevenir accidentes causados por conductores borrachos.
Según la Secretaría de Transporte del Estado de Texas (TxDOT), una persona muere cada ocho horas y media en un accidente vial provocado por el alcohol. El límite legal de alcohol en sangre es 0,08%, o sea, una copa de vino o una cerveza. En 2021, hubo 1.029 muertes y 2.522 heridos de gravedad en todo el estado. Texas está cuarto en el ranking de los estados con mayor cantidad de muertes en ese tipo de accidentes detrás de Mississippi, Carolina del Sur y Nuevo México.

Es nuestra costumbre ir a almorzar a algún restaurant después de los partidos de tenis, ya que son por la mañana y no existe el concepto del tercer tiempo en el club. Por lo general, mis amigas piden dos o tres cocktails y terminan con algo liviano, una cervecita o tres. Yo, con una margarita o una cerveza ya estoy. Ni por asomo puedo seguirles el ritmo. Al principio les parecía raro. Hoy sonríen y me dicen lightweight (peso liviano) con cariño.
Mis razones para no tomar mucho en el almuerzo con simples. Una, el alcohol me da sueño y me resulta incómodo andar cabeceando en la mesa. Dos, el alcohol es un disparador del reflujo gástrico y como en una época la pasé bastante mal, no quiero avivar las llamas de mi esófago. Tres, me da miedo perder el control del auto y causar un accidente. No hace falta estar borracho, con estar relajado alcanza.
Además de las consecuencias obvias de un accidente, tengo entendido que si me hago acreedora de un DWI (Driving While Intoxicated, la multa más alta) en un accidente con muertes, me pueden retirar la residencia. Un dolor de cabeza innecesario.
La cuarta razón ya no esta vigente. Durante algunos años, antes de la pandemia, mi marido pasaba tres semanas de cada mes en Kingston (Jamaica) por trabajo. Yo me quedaba en Dallas. Me daba terror de que me pasara algo grave estando sola. Por suerte tengo amigas de recontra fierro, pero no es lo mismo. Las veces que sé que voy a tomar, por ejemplo, un cumpleaños mío del que no recuerdo mucho, le pido a Sean que me lleve y me traiga o tomo un Uber si él no está. Cualquier cosa menos viajar en un Crown Vic.
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