Releyendo un cuaderno donde tengo anotados varios sueños, me acordé de la cuchara de Caperucita Roja y el Lobo que estaba en la casa de mis abuelos maternos. De chica adoraba esa cuchara. Siempre la pedía para tomar la sopa de verduras que hacia mi abuela. Esos personajes de cuento estaban tallados en la parte superior del mango, algo gastado por el uso.
Después de fallecer mi abuelo, cada uno de sus hijas y nietos se llevó algo de la casa. Cosas que nos eran útiles o que nos traían recuerdos. Lo que yo más quería era un bahiut de la década del 60 y esa cuchara. El bahiut pasó a mis manos porque ni mi mamá ni mis tías lo quisieron, pero nunca puede encontrar la cuchara. Las busqué en cada rincón de la cocina, incluso con la ayuda de mamá, pero no apareció.
Según el relato de mi sueño, fui a la casa de mis abuelos específicamente a buscar esa cuchara. Revolví los cajones y alacenas de la cocina, pero nada. Me invadió la angustia. Quién sabe que me estaría pasando el día que soñé eso. Pero recuerdo vivamente la desesperación de buscar algo querido y no encontrarlo.
Encontrar esa cuchara se convirtió en una obsesión, incluso en un sueño recurrente. Esa sensación de buscar algo con desesperación y no encontrarlo, como si algo importante dependiera de hallar ese objeto.
Esa cuchara es un símbolo de mi infancia, de sentirme cobijada en el seno de mi familia. Ahora soy adulta y mis abuelos ya no están. Cuando extraño mi tierra, esos recuerdos me sostienen.
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